viernes, agosto 20, 2004

Contar

Dos kilos y medio de kiwi. Un tacho de basura viejo, color gris. Una mosca con cenizas en las alas. Diez manubrios de bicicleta sin usar. Un joystick de Sega. Tres litros de leche cultivada. Un sanguche de milanesa con huevo, tomate y sandía. Uno de esos heladitos de McDonald's que no son los comunes. Cuatro jabones en polvo. Un millón de anelgésicos. Seis diccionarios María Moliner. Un oso panda. Cuarenta almohadones y sesenta y ocho colchones. Quince monos con manos en los pies. Cuatro gorilas. Un veterinario con barba. Noventa monedas de cinco centavos metidas en un frasco de pimienta española. Doce mil turistas kenyatas. Dos alfombras mágicas, una gris y la otra amarilla. Cien goles. Diecisiete mesas de pool. Un rabino. Doscientos gramos de fiambrín. Una caricia, dos, tres, cuatro, todas las que me alcancen. Cuarenta y cuatro palos de hockey. Un mechón de pelo teñido con agua oxigenada. Catorce dinosaurios extinguidos. Un billón de australes y trece patacones. Cero iniciativa. Un metro setenta y siete de nerviosismo. Ocho dosis diarias de buen humor. Novecientos mil enanos con bigote a lo Dalí. Un pizza de palmitos, roquefort y salsa golf. Uno sabe lo que tiene que hacer hasta que lo hace mal y se da cuenta que no sabía como había que hacerlo.

[La farolera tropezó y en la calle se cayó, al pasar por un cuartel se enamoró de un Coronel. Alcen las barreras, y hasta aquí llegó mi amor]