miércoles, septiembre 21, 2005

Antigua repetición observadora inconclusa

Un día abrió los ojos y se clavaron en sus ojos. A pesar de estar vivo hace mucho tiempo, tardó más de veinte años en poder ver. Y la primera imagen que pudo distinguir fue la de sus ojos. Tenía los párpados caídos como si la realidad pesase mil toneladas y cayese firmemente sobre ellos. Las pestañas eran secas, ínfimas, casi transparentes. Sus ojeras resaltaban su mirada, proyectaban una sombra oscura que expresaba todo con claridad. Su iris era de color marrón, que se transformaba con la luz eléctrica. Las cejas seguían el ritmo de los párpados, escuchaban la misma melodía y bailaban al compás de la tristeza. Pero el punto claro de aquellos ojos que pude ver (cuando abrí mis ojos) eran las pupilas. Redondas, atentas, fugaces y especialistas en detectar el brillo de otras pupilas que reluzcan sus mismos pálpitos. Lentamente cierra sus ojos, y voy perdiendo visibilidad, hasta que la pierdo por completo cuando sus ojos descansan plácidamente sobre su rostro. Lamentablemente, sus ojos no siempre se sentirán tan reconfortados en aquel instante, porque ellos también pueden perseguirte, vigilarte, hacerte presentir un miedo irreversible que aterra a los más valientes. Sus ojos pueden ser incisivos como la malicia que los invade cuando te miran. Fijos, clavados en sus ojos, y esperando una mirada que proscriba cualquier esperanza de cambio. Hay momentos en que sus ojos parecen que van a estallar, permanecen abiertos, los párpados quedan rígidos y las pupilas se condensan, todo se centra en un punto donde el tiempo parece no correr, donde los gritos son mudos. Mirada nublada, concentración intacta para observar algo que no es visible. Cuando sus ojos se cierran, se abren por dentro. En su interior vislumbran figuras que aguardan ansiosas su salida al exterior. Agazapadas, lanzan sus garras filosas y se regocijan cuando hieren a la conciencia. Y sus ojos son testigos de todo esto. En algunas ocasiones, sus ojos huyen de su cuerpo. La ceguera invade su ser y todo lo que sus ojos deberían percibir, permanece invisible. Solo observan lo que ellos quieren ver y nadie puede intercambiarle las imágenes. Sus ojos se obstinan y se contraen, evadiendo la realidad. Cuando comprenden lo que no quisieron ver, sus ojos se cubren de lágrimas saladas, que forman olas de desolación en sus pupilas, las mismas olas posteriormente le dificultarán la visión.

3 Comments:

At 9/25/2005 11:41 p. m., Blogger Intrínseco said...

Lindo :)

 
At 9/29/2005 8:54 a. m., Blogger kungfu-cio said...

Hay días que me desayuno con Galletitas Sonrisas con Nutrimente y termino bailando salsa.
Ilusamente contento como si fuera que eso arreglara las cosas, otros días me desayuno con vinagre y ando cansado, triste melanca....
La verdad es que tengo que encontrar el termino medio.
No se mucho de ciegos, creo que una vez lei el informe de Sabato y comparto esa opinión... por ahora...
la verdad, esta bueno lo que escribis, pero no se si sera que hoy no tengo ganas de estar melancolico..
dicen que un pesimista es un optimista con experiencia. Pero a vces te cuento que me gustaría ser un optimista novato o un amateur

 
At 12/21/2005 2:46 p. m., Blogger microcosmos said...

hay días que me desayuno cosas como éstas.. y dejo de tener hambre.
(excelen.. bueh, ya lo dije)

 

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